¿Es suficiente con tener buenas intenciones para cooperar?

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Recuerdo que en mi primera clase de Teoría de Economía aprendí sobre las ventajas de asumir que la gente es egoísta y sólo se interesa por procurarse lo máximo, incluso a costa de otros. Gracias a este principio es posible construir modelos económicos capaces de predecir una gran cantidad de eventos sociales con precisión. Sin embargo, existe también evidencia clara de que las personas cooperan entre sí, aún a costa de sus propios intereses.

Afortunadamente, es posible reconciliar ambas posturas si tomamos en cuenta que muchas de las interacciones que tenemos día con día son con las mismas personas, y nuestras acciones tienen repercusiones en la forma en que convivimos con ellas. De esta manera, incluso la persona más egoísta y calculadora cooperaría con otros a sabiendas de que, en el largo plazo, vale la pena dejar de ganar lo máximo en cada oportunidad y arriesgarse a perder compañeros en el proceso, a cambio de formar parte de grupos que cooperan en armonía.

No obstante, confiar en otros y cooperar en repetidas ocasiones no es tan fácil, pues siempre existe la posibilidad de que alguien trate de aprovecharse, y más aún si las acciones no se pueden verificar con precisión. Por ejemplo, en cualquier trabajo en equipo siempre existe la posibilidad de que uno de tus compañeros no ponga su parte y argumente que, aún y cuando puso esfuerzo, el resultado deseado no se dio por algún evento fortuito. De hecho, en este tipo de situaciones donde es posible mentir para beneficiarse de otros, el ruido que se genera obliga a las personas involucradas a tolerar o castigar resultados adversos erróneamente. ¿Es suficiente con tener buenas intenciones para cooperar?

Este año, Drew Fudenberg (MIT), David Rand (Yale), Anna Dreber (SSE) y yo (Yale) diseñamos un experimento económico para estudiar este tema. En nuestro documento de trabajo, explicamos a detalle cómo ciertas interacciones son menos proclives a resultados cooperativos que otras, pero para los propósitos de este blog me enfocaré en el tipo de ejemplo expuesto en el párrafo anterior donde las personas pueden comunicar intenciones, y además existe un beneficio amplio por pertenecer a un grupo cooperativo.

En este caso, encontramos que algunas personas son más honestas que otras, pero que la mayoría miente esporádicamente para beneficiarse de los otros. Por ende, el decir “yo cooperé” cuando las cosas salen mal tiene valor en la toma de decisiones, pero su poder es limitado. Por un lado, incrementa la probabilidad de que un grupo de personas otorgue el beneficio de la duda y continúe cooperando entre sí (en comparación con grupos donde la gente dice “yo no cooperé” cuando las cosas salen mal), pero por el otro, genera un ambiente donde las personas se vuelven suspicaces unas de otras, y dificulta seguir estrategias que confíen ciegamente en lo que los otros nos dicen.

Es así que los resultados de esta investigación sugieren, entre otras cosas, que el poder de comunicar nuestras intenciones cuando las cosas salen mal puede evitar que la cooperación armónica entre grupos se interrumpa, pero que, de la mano de esta facultad viene la charlatanería, que orilla a la gente a seguir estrategias de interacción más complicadas y suspicaces.

Para leer más sobre nuestra investigación sigue el siguiente link: http://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=2748890